Dicen que cada uno de nosotros es el resultado de lo que hemos vivido, lo que hemos aprendido y las decisiones que hemos tomado. Debe ser cierto porque si a mis 17 años hubiera elegido la otra opción, no me encontraría ahora mismo aquí, frente a mi ordenador, escribiendo en este blog.

La toma de decisiones que definirán nuestra vida comienza desde muy temprana edad

Y es que ya desde muy jóvenes, en el instituto, debemos escoger cuál será nuestro camino cuando aún ni siquiera sabemos qué queremos para nuestra vida. Ciencias o letras, arte o matemáticas, alemán o francés… y eso es solo el principio. En mi caso desde incluso más pequeña, en el colegio, mi interés por los animales y el mundo que me rodeaba ya indicaba el camino de la ciencia. Pero durante en el instituto descubrí algo que siempre había estado ahí, latente, como esperando. La música. Sí, la música me salvó la vida de adolescente, cantar se convirtió mi linterna en la oscuridad que producían las hormonas. Pero de eso ya hablaré en otro momento.

Terminando el instituto llegó el momento de elegir: ¿ciencias o música? Mi yo adolescente decidió dejar la música como hobbie y centrarse profesionalmente en la ciencia. Así fue como comenzó mi carrera como bióloga y el inicio de una gran cantidad de detalles que traería la vida adulta: decisiones, errores y caminos que se harían más largos y duros de lo que parecían al principio. Realmente, en aquel momento no tenía ni idea de lo que se me venía.

Durante gran parte de la carrera me centraba tanto en intentar mantener el ritmo a los estudios que en realidad no me paraba a pensar en a qué quería dedicarme cuando terminara la carrera. Biología es una de las carreras de ciencias con más ramas y profesiones a las que puedes acceder. Prácticamente puedes dedicarte a cualquier ámbito: sanitario, agrario, alimentario, investigador, educativo, tecnológico… y un largo etcétera. Esto por supuesto no ayudaba en absoluto a mi decisión. Y así pasaron los años, hasta que en el último año de carrera descubrí una de mis pasiones, la etología. La etología es la ciencia que estudia el comportamiento natural de los animales en su medio para comprender más sobre su ecología, su evolución y sobre todo su conservación. Como apasionada de los animales desde pequeña, me parecía una rama fascinante y con mucho aún por descubrir. Hice cursos sobre el tema, leí mucho, dediqué muchas horas y cariño mi trabajo de fin de carrera sobre el comportamiento de felinos en cautividad (en otro momento os hablaré de él). Sin embargo, había un problema. Yo no me veía dedicándome a la investigación. Como muchos sabréis, la investigación en España no es un camino fácil precisamente, más bien al contrario, y mi vocación no era tal como sortear todos los obstáculos que se presentaban. ¡Admiro enormemente de corazón a todos los profesionales, en ciencias o en cualquier otra rama, que dedican su vida a la investigación en España! Pero sentía que ese no era mi lugar. Y si aquello no era para mi…¿entonces qué?

La Seguridad Alimentaria (Food Safety) describe las prácticas correctas e incorrectas de manipulación de aguas y alimentos desde el punto de vista sanitario con el objetivo de prevenir las enfermedades causadas por su consumo.

Terminé la carrera y pasé aquella época algo perdida. Me decían que era algo normal a veces al acabar, pero no me ayudaba a sentirme cómoda con la situación. Decidí probar una especialización en Seguridad Alimentaria. Hice algunos cursos y másteres a distancia y finalmente me inscribí en un máster presencial en Seguridad Alimentaria y Sanidad Animal, de esos que hacen los veterinarios para dedicarse a la rama sanitaria, pero humana, no animal. Ese fue el inicio de mi profesionalización como Auditora Sanitaria. Pero, ¿qué es una auditora sanitaria? Son esos técnicos que asesoran a las empresas como hoteles, restaurantes y fábricas en materia sanitaria tanto de alimentos como de aguas. Analizar los riesgos sanitarios, malas prácticas y la toma de muestras para laboratorio son algunas de las tareas que realizaba. Además también daba formación a los manipuladores, que eran pequeñas clases en las que explicaba a los trabajadores las prácticas correctas en la manipulación de alimentos. Y eso era precisamente lo que más me gustaba de un trabajo en el que no podía evitar sentir que no era mi sitio. No le di demasiada importancia a la formación hasta que un día uno de mis «alumnos» me preguntó si yo era profesora. Yo, sin querer, me reí y le expliqué que no, que esto era parte de mi profesión como auditora. Entonces me dijo «que pena, seguro que serías buena profesora».

Al principio no le di demasiada importancia a aquellas palabras. Pero con el paso de los días recordé que muchos de mis maestros en la universidad, incluso tras exponer mi último trabajo, me aconsejaban que me dedicara a la enseñanza, y empecé a pensar en todas las veces que había dado una «clase» a alguien sin siquiera planteármelo. A los compañeros antes de un examen o después de acabar un tema, a mi hermano pequeño con sus dudas, a mis padres sobre algo que había aprendido en la universidad… ¡incluso las exposiciones de pequeños temas o trabajos de fin de grado contaban como una pequeña clase! Además, siempre había dado clases particulares durante mis estudios. Entonces fue cuando me di cuenta de que lo que me gustaba de obtener conocimientos nuevos era el poder transmitirlos a otros de manera más sencilla y práctica.

Dicen que todo sucede por alguna razón, y debe ser cierto porque así comenzó mi camino, el camino hacia lo que yo siempre había sido pero nunca había visto. El haber escogido ciencias, haberme convertido en bióloga me ha guiado hasta mi verdadera profesión.

¿Quién soy yo?
Yo soy Carla Bisquert, y soy profesora